El proceso de cambio en las organizaciones sólo es posible si existe un equipo humano comprometido con ello. Una colaboración que produce resultados sinérgicos y acciones concretas.
Es cierto que, como individuos, las posibilidades que tenemos de cambiar nuestro entorno son limitadas.
En primer lugar, porque cada uno de nosotros es insignificante ante la grandiosidad y complejidad del entorno. Esta circunstancia nos frena y desanima a la hora de emprender las acciones que consideramos necesarias. Lo vemos imposible.
Además, porque formamos parte de una sociedad que castiga muy duramente las acciones y opiniones que cuestionan la regla establecida, aunque ello pudiera suponer una mejora.
Y por último, porque todo intento de modificar las circunstancias que nos rodean exige una dedicación tanto de recursos materiales y económicos como de tiempo, de los que muchas veces no disponemos.
A lo largo de su historia, el hombre, como animal gregario, ha aprendido a colaborar con sus iguales para obtener un beneficio común. En un primer nivel, hablamos de la suma de fuerzas: energía, tiempo y recursos de cada uno de los individuos que forman el equipo o comunidad. En un segundo nivel, llegamos a la actuación común, que multiplica el número de acciones posibles y crea la masa crítica necesaria para emprender determinadas acciones que de forma individual sería imposible acometer. En un tercer nivel, el más importante, sucede que al unificar el pensamiento de muchos individuos, nace una conciencia colectiva, capaz de aportar soluciones que son el resultado de la suma de la voluntad y el pensamiento de todos y cada uno de sus miembros. Son pensamientos individuales enriquecidos, madurados, que tienen en cuenta los distintos puntos de vista, y que generan una nueva expresión que es el pensamiento de todos, mucho mejor que el pensamiento de cada uno. Es decir, el resultado es superior a la suma de las partes, es sinérgico.
Al interactuar con los demás, también nace un sentimiento común de pertenencia al grupo que anima a los individuos a hacer más cosas e incrementa la probabilidad de éxito de cada una de ellas. Crecen las ganas de hacer, la voluntad y el interés.
Aunque ser miembro de un grupo, no es suficiente. El grupo por sí solo no se mueve. Es necesario que los miembros sean activos, que aporten. Para que el grupo dé, primero los individuos tienen que aportar. Es la voluntad individual la que permite que el grupo se mueva y llegue a ser lo que puede ser. Sólo la creencia y la convicción de que mañana haremos un mundo mejor es lo que determina el movimiento del grupo y su velocidad de crucero.
¡Ánimo! ¡Hay mucho por hacer y por disfrutar!
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